sábado, diciembre 10, 2011

Judíos rusos


Acabo de leer el libro de Orlando Figes La Revolucion Rusa y se abrió en mi la curiosidad por el papel de los judíos rusos en todo el proceso. Como dice Figes, pocos judíos eran bolcheviques, pero muchos bolcheviques eran judíos . Los judíos, para muchos campesinos y obreros rusos eran un grupo extranjero que había copado el poder gracias a Lenin (cuya abuela era judía).
La casualidad quiso que diera con un libro esencial para entender al judaísmo ruso de esos tiempos, una biografía del intelectual judío Simon Dubnov, escrita por su hija.
Dubnov era una bestia intelectual, devorador de libros y productor de infinitos artículos y de una Historia Universal del Pueblo Judío, la obra de su vida.
La opresión de los judíos bajo el zarismo era increíble. Estaban confinados a “zonas especiales” (Ucrania y Bielorrusia) y se prohibía su traslado a San Petersburgo o Moscú. No podían acceder a la educación secundaria y universitaria, no podían ser funcionarios, etc. Sufrían periódicos pogromos que se exacerbaron en el nuevo siglo, con el brutal pogrom de Kichinev- ciudad natal de mi abuelo materno, que debió sufrirlo en 1903- y los quinientos pogroms alentados por el Zar después de la Revolución de 1905. El Proceso a Beilis – un joven judío acusado de matar ritualmente a un niño cristiano- fue la farsa más increíble montada por el zarismo para unificar al rebelde pueblo ruso contra el chivo expiatorio judío. Un caso Dreyfuss a la rusa. Armado desde el poder.
Había un judaísmo tradicional, cerrado, centrado en el rígido cumplimiento de la Ley y en el estudio del Talmud. Y había un incipiente “nuevo judaísmo”, del cual Dubnov fue participe activo. Un judaísmo que quería romper la atadura del Schtetl- la aldea ancestral-, la ignorancia sobre Rusia y el mundo moderno, que quería hablar y leer en ruso, que quería entender la modernidad, leer a Tolstoy y a los Enciclopedistas y a los liberales ingleses.
En este judaísmo moderno la polémica, el cruce, las discusiones eran incesantes y riquísimas. Convivían tres tendencias, crudamente enfrentadas.
Los “cosmopolitas” que querían la asimilación total a la cultura rusa, el abandono de las tradiciones e idioma judíos, el aislamiento, la cerrazón mental. Su expresión política era el Bund, la sección judía del Partido Socialdemócrata Ruso (miembro de la facción Menchevique de éste)
Los “sionistas”, que enarbolaban la vuelta al territorio nacional, que despreciaban la diáspora, el  Yddisch, las viejas costumbres de un pueblo sometido al  Zar y al odio de los campesinos. La  ”vuelta a Israel”, la “alia” era su consigna. Muchos de ellos emigraron a Palestina, desapareciendo así de la escena rusa.
Y estaban los que hablaban de la Nación Judía espiritual. Dubnov era su líder. Lo que proponía era la apertura sin asimilación, la reivindicación de los judíos como una Nación espiritual, no territorial, como una minoría nacional extraterritorial, unida por un idioma común y no por la posesión de un territorio. Políticamente abierto a los liberales y a los socialistas revolucionarios, pero desconfiando de los bolcheviques.
En este panorama sobreviene la Revolución Rusa.
Todos los judíos pusieron su esperanza en la Revolución de febrero: la emancipación, el fin de las restricciones educativas, laborales, territoriales. La posibilidad de integrarse, como judíos, a un proyecto de liberalización que ponga a Rusia a la altura de los grandes países de Europa occidental. Su credo estaba basado en la Declaración de Derechos del Ciudadano de 1789 y en la emancipación de los judíos que la Revolución Francesa y Napoleón llevaron a cabo.
El Gobierno Provisional y, más tarde, el Gobierno del Partido Bolchevique derogaron las restricciones y liberaron a los judíos de las cadenas, permitiendo la creación de instituciones educativas y culturales judías. Este proceso, indudablemente, atrajo a buena parte de la intelectualidad judía. Muchos de ellos, además, pasaban de ser los olvidados de la tierra a participar del poder. La atracción que este nuevo y sorprendente poder tuvo fue, para muchos, un velo que les impidió percibir el elemento autoritario del nuevo poder soviético.
Dubnov, en cambio, percibió rápidamente que los sueños se convertían en pesadilla.
Escribe su hija: “ Al igual que la enorme mayoría de los representantes de la intelectualidad oposicionista, el escritor, que durante largos años invocara la revolución, quedó pasmado al encontrarse cara a cara con los elementos desencadenados. Su diario refleja esa confusión: la alegría de la liberación del régimen aborrecible se alterna en sus páginas con el temor a la anarquía. Con el correr del tiempo, ese temor llega a ser la nota dominante”
“ El escritor desarrolló el concepto de que la anarquía, igual que la guerra, se agrava debido a la hipertrofia del principio de la lucha de clases, incompatible con el carácter de la revolución, llamada a realizar la reconstrucción política”
Esta claro para él que la tarea que espera de la Revolución es la transformación de Rusia en un estado democrático, moderno, a la manera de Inglaterra o Francia y no en el anárquico campo del enfrentamiento violento entre clases.
“ Huyendo de las calles con sus mítines relámpagos, con turnos ante los comercios cooperativos y con los crueles juicios sumarios por mano propia contra los “enemigos del pueblo”, de las calles que día a día se tornaban cada vez más incomprensibles, violentas y tenebrosas, el escritor se refugiaba en la quietud de su cuarto.”
Dubnov “quedó azorado cuando la revolución con la cual soñara desde su más temprana juventud, recitando las ardientes tiradas de Victor Hugo, resultó de cerca incomparablemente más siniestra que a través del prisma de la historia. (…) Su ansiedad era motivada por la pérdida de la fe en la naturaleza salvadora de la revolución”
Dubnov vota para la Asamblea Constituyente al Partido Demócrata Constitucionalista, (El Kadete) un grupo liberal, prooccidental, “burgués”, que era la “derecha” de la Revolución.
Surge claramente la polémica en el seno del judaísmo:  en una reunión en la que Dubnov disertó sobre “la actualidad y el Congreso Judío”, su principal oponente fue el ayudante del Comisario en Asuntos Judíos, quien si bien , dijo, en su juventud consideraba a Dubnov como su “padre espiritual”, después de estar diez años en la cárcel llegó “a la conclusión de que el puesto de los judíos se hallaba en las filas de los  más intransigentes combatientes por la revolución”.
Queda claro que un importante grupo de intelectuales judíos se definían como “combatientes intransigentes de la Revolución” , para horror de Dubnov y otros intelectuales progresistas liberales. Del “ethos” judío (libertad, conocimiento, limites morales) pasaron al “ethos de le Revolución”. Muchos se incorporaron a la siniestra Cheka, el órgano represivo de la Revolución y otros tomaron posiciones de poder en la estructura del Partido. No solo Trotsky, sino decenas de judíos se convirtieron en cuadros políticos bolcheviques. Como comentó el Rabino de Moscú “Los “Trotskys” hacen la revolución y los “Bronstein” (el apellido de real de Trotsky) pagamos los platos rotos”.
“Fuera los bolcheviques y los judíos” bramaban las asambleas obreras y campesinas.
Los avances del Ejército Blanco se acompañaban de sangrientos pogroms , en especial en Ucrania. Se estima en más de 150,000 la cifra de judíos asesinados en esos días.
Dubnov decide emigrar, pero nunca llega el permiso oficial para hacerlo. “ En Dubnov surgió la idea de enviar por intermedio de Gorki una carta a Lenin. Esta debía contener la argumentación siguiente: puesto que en Rusia Soviética la teoría del materialismo histórico ha sido erigida en dogma del Estado, a los hombres de ciencia que no reconocen tal dogma debe concedérsele la posibilidad de ausentarse del país” . La carta nunca fue enviada y el escritor tuvo que armarse de paciencia y esperar su pasaporte.
Para otorgarle el permiso este pasó a la Comisión Extraordinaria Pan rusa, donde “las convicciones de Dubnov eran bien conocidas , puesto que en las reuniones y en la prensa el escritor manifestaba abiertamente y en forma reiterada su actitud crítica respecto del bolcheviquismo, y esta circunstancia le inspiraba inquietud”.
Por fin se aceptó su pedido y pudo emigrar a Lituania en abril de 1922.
Es evidente que su destierro significaba el fin de un proyecto judío liberal democrático en la Rusia Soviética que quizás pudiera haber balanceado a los fanáticos intransigentes que creían que con Lenin llegaba al fin la emancipación judía. Muchos de ellos serían años después eliminados por Stalin, quien desplegó su veta antisemita sin tapujos en el famoso “proceso contra los doctores judíos”. Pero esa es otra historia.
Simón Dubnov fue asesinado por un guardia leton al servicio de los nazis en diciembre de 1941, de un tiro en la nuca.

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