miércoles, julio 20, 2011

Malas palabras

Orden, seguridad, Ley, moral son todas malas palabras en los círculos progresistas, la prensa, la Universidad. Se da por supuesto que son malas palabras, que encubren realidades de explotación y desigualdad. En vez de resignificarlas, rescatarlas del abismo en que están, el pensamiento único las tiró por el desagüe. Pero, no lo saben, junto a ellas se fue a las cloacas la libertad.
La libertad solo existe si hay orden y seguridad, respeto a la ley y principios morales. Sin ese encuadre la libertad se confunde con otra cosa.
Escribe Von Mises:
“Consideramos libre al hombre cuando puede optar entre actuar de un modo o de otro, es decir, cuando puede personalmente determinar sus objetivos y elegir los medios que , al efecto, estime mejores.
(…) Mientras el gobierno, es decir, el aparato social de autoridad y mando, limita sus facultades de coerción y violencia a impedir la actividad antisocial, prevalece eso que denominamos libertad. Lo único que,
en tal supuesto, queda vedado al hombre es aquello que forzosamente
ha de desintegrar la cooperación social y destruir la
civilización retrotrayendo al género humano al estado que por
doquier prevalecía cuando el homo sapiens hizo su aparición
en el reino animal. Tal coerción no puede decirse venga a limitar
la libertad del hombre , pues, aun en ausencia de un estado
que obligue a respetar la ley no podría el individuo pretender
disfrutar de las ventajas del orden social y al tiempo dar rienda
suelta a sus instintos animales de agresión y rapacidad.
(…)
Cuando , en cambio, el gobierno extiende su campo de acción más allá de lo que exige el proteger a las gentes contra el fraude y la violencia de los seres antisociales, restringe de inmediato la libertad del individuo en grado superior a aquel en que, por sí solas, las leyes praxeológicas la limitarían. Es por eso por lo que podemos calificar de libre el estado bajo el cual la discrecionalidad del particular para actuar según estime mejor no se halla interferida por la acción estatal
Consideramos, consecuentemente, libre al hombre en el
marco de la economía de mercado (…) A lo único que, bajo tal organización, el ser humano renuncia es a vivir como un irracional, sin
preocuparse de la coexistencia de otros seres de su misma
especie. A través del Estado, es decir, del mecanismo social de
autoridad y fuerza, se consigue paralizar a quienes por malicia,
torpeza o inferioridad mental no logran advertir que determinadas
actuaciones destructivas del orden social no sirven sino
para, en definitiva, perjudicar tanto a sus autores como a todos
los miembros de la comunidad”
Como se ve, la libertad implica un orden y un agente especial, el Estado, el único con poder para limitar la acción de delincuentes destructores del orden social. Pero, claramente ese Estado no debe interferir en la esfera de las decisiones individuales.
Esto tiene poco que ver con las utopías anarquistas de una sociedad sin Estado, una especie de Paraíso en que los leones conviven en paz con los corderos. La libertad implica la posibilidad de elegir alternativas, siempre que esas alternativas no coaccionen la libertad del otro. No es un juego sin reglas, un vale todo, en el que el más fuerte, el mas astuto o el “amigo del Juez” siempre le ganará al honesto. Es todo lo contrario.
Sin un fundamento de respeto a los contratos, de cumplimiento de la ley, de contención de impulsos agresivos, de postergación de la satisfacción inmediata, la libertad se transforma en una quimera, en un reino del azar y del capricho, en un campo libre para los mal intencionados.
El liberalismo no le teme a la autoridad, al Estado que contenga a los antisociales. El liberalismo piensa en un Estado eficiente para cuidar el espacio de libertad, pero desconfía de la intervención del Estado en la esfera de las decisiones privadas.
Pero ¿Cómo evitar que la coacción del Estado a los que quieren coaccionar las libertades de otros avance sin límites y se transforme en una limitación de la libertad de los ciudadanos? Pregunta aun sin respuesta. Nuestro administrador, contratado por nosotros para castigar a los delincuentes puede , muy fácilmente, transformarse en el peor de los delincuentes: con legitimidad social y con licencia para matar.

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