martes, julio 13, 2010

Escuchemos a Karen Armstrong, historiadora de las religiones


Hay una maravillosa historia sobre Auschwitz que cuenta que una noche los judíos se sentaron con los rabinos y llevaron a Dios a juicio. Y este es el Dios que se suponía debía cuidar de su gente, que se suponía que debía estar lleno de compasión por la raza humana, que se suponía ser todopoderoso. Y miran alrededor de este despliegue de horror. Y juzgan que Dios merece la muerte y lo sentencian a muerte. Y luego el rabino dice que “Dios está muerto, y llegó la hora de la oración vespertina”. Y ese es un profundo momento religioso, creo, en el que no podemos expresar, comprender ni definir a Dios. Las ideas sobre Dios pueden vivir y morir. Pero la oración, la lucha por comprender, incluso los momentos más oscuros de la vida, ese esfuerzo continúa y nos hace humanos.

La religión no se supone que brinde certeza. Los chinos son muy firmes con respecto a esto, y dicen que cuando uno está seguro, cuando uno dice que está seguro, generalmente es ego. Porque no puede haber ninguna certeza acerca de Dios. Nadie tiene la última palabra acerca de Dios. Dios supera nuestro dogmatismo. Dios supera nuestras pequeñas y limitadas ideas. Dios es lo que los místicos judíos llaman Ein Sof, sin final. Y nos zambullimos en el misterio. Y que si tratamos de limitar a Dios y acomodarlo perfectamente en una ideología simplista, estamos reduciéndolo a proporciones normales. Y allí es donde ocurren algunas de las peores atrocidades religiosas.

Los cruzados solían entrar en batalla gritando, “¡Dios así lo quiere!” cuando asesinaban y masacraban a miles de judíos y musulmanes. Ahora evidentemente Dios, sin importar qué Dios sea, no deseaba nada semejante. Lo que los cruzados hacían era proyectar su propio odio y aborrecimiento de estas creencias religiosas rivales en un ser imaginario, un ídolo que habían creado a su propia imagen y semejanza. Y aunque hoy en día no hay muchos cruzados, hay, como escuchamos a menudo, predicadores o expertos por la radio que dicen: “Dios quiere esto” o “Dios odia aquello”. Y es un misterio con qué frecuencia las opiniones de la deidad coinciden con las del orador. Podemos hacer que Dios encaje perfectamente en nuestra propia ideología, hacer exactamente lo que queremos, y esa es una gran tentación religiosa.

Y ya no puedo decir que alguna de estas creencias religiosas tenga el monopolio de la verdad, que una sea mejor que otra. Cada una de las principales creencias religiosas mundiales tiene sus propias genialidades particulares, y cada una tiene sus propias fallas particulares, su propio talón de Aquiles.

Nosotros siempre vemos lo mejor de las religiones, dos pequeñas palabras que siempre tenemos que recordar cuando hablamos de religión: “lo mejor”: las religiones están todas diseñadas para ayudar a refrenar este instinto asesino dentro de nosotros reconociendo que cada ser humano es sagrado e inviolable. Ahora una vez que uno pierde ese sentido, ocurre lo que ocurrió en Auschwitz. Y en cierta forma misteriosa, la sola imagen del campo de concentración repite la imagen del infierno que obsesionó a los europeos desde la Edad Media: la oscuridad, los azotes, las burlas, el terrible olor a azufre. Éstas son las imágenes del infierno. Y en esta réplica moderna del infierno, uno se da cuenta lo que ocurre cuando se pierde lo sagrado. Eso no significa que uno deba adoptar un concepto o noción teológica en particular de Dios, sino que lo que hay que entender es el carácter sagrado absoluto de cada ser humano, sin importar la raza o la creencia ideológica o religiosa a la que pertenezca.

Todas nuestras tradiciones se desarrollaron en momentos de terrible violencia. Y lo que descubrí en mis investigaciones fue que en cada uno de los casos, el impulso de hacer cambios religiosos importantes que dieron lugar a lo que llamamos las principales tradiciones mundiales, las principales creencias religiosas, de hecho provenía de una repulsión de esa violencia y un intento disciplinado por mitigar la violencia en la psique humana, por buscar las causas de la violencia y el odio en nuestro egoísmo, codicia y nuestra infinita preocupación por nosotros mismos.

Por lo tanto, en un sentido es un reconocimiento de nuestra violencia, y un intento por trascender esa violencia y odio, donde uno siente una sensación de gran tensión y lucha para lograr la paz y la belleza. No alejando la vista de la violencia y diciendo que todo es maravilloso y que somos seres humanos encantadores. Eso es ridículo. Sino al mirar detenidamente esa experiencia en nuestros corazones, sacándola a la luz y reconociendo que está allí, que le podría pasar a cualquiera. Todos podríamos hacernos terroristas si no tratáramos de contenernos, no tratáramos de examinarnos primero a nosotros mismos antes de condenar a los demás.

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