lunes, enero 04, 2010

Fragmento de artículo de Juan Ramón Rallo, economista español




Los Estados se han convertido, casi sin excepción, en los principales agentes de las economías occidentales. La economía de mercado, asentada sobre la soberanía del consumidor en elegir qué quiere y qué no quiere consumir, combinada con la autonomía del capitalista para descubrir cuáles son los métodos más eficientes para servir al consumidor, ha quedado arrinconada a una mínima expresión. Probablemente, si al asfixiante gasto público le añadiéramos las regulaciones, bastante menos de un tercio de las economías modernas seguiría mereciendo el apelativo de economía de mercado.

Y sin embargo, las personas que actúan en ese reducto de libertad son tan eficientes, perspicaces, ingeniosas, creativas y capaces como para sufragar los milmillonarios despilfarros de nuestras administraciones públicas y para incrementar de manera muy sustanciosa el nivel de vida de las masas. Del mismo modo que unos diminutos mercados negros sirvieron como válvula de escape para las inclemencias y miserias del comunismo, el capitalismo que resta tras deducir impuestos, regulaciones, prohibiciones, inflaciones, manipulaciones de los tipos de interés, restricciones ecologistas y controles de precios basta para que, año a año y pese a los ciclos económicos, Occidente sea cada vez más rico.

Los socialistas de todo pelaje y color llevan un siglo tratando de cargarse desde dentro esta maravillosa institución natural que es el mercado y todavía no lo han logrado; una prueba más de que la inteligencia dispersa y espontánea de millones de individuos supera cualquier expectativa y previsión que pueda realizar una mente individual tratando de planificar los procesos sociales. Sólo cabe preguntarse y lamentar qué cotas de desarrollo habríamos alcanzado si sectores enteros de la sociedad no se dedicaran y se organizaran para rapiñar, ponerles la zancadilla e impedir la creación de riqueza al resto de la sociedad.

En definitiva, si la muy intervenida economía española es capaz de resistir a los manirrotos gallardones y zapateros durante los próximos años, el capitalismo habrá logrado un nuevo hito difícil de superar, pues ni siquiera una de las sociedades más endeudadas, desestructuradas, anestesiadas y estatalizadas de Occidente se quedaría estancada en su propia parálisis funcionarial.

Veremos qué nos depara 2010. Pero si hay razones para ser optimistas, desde luego se las debemos a los empresarios, a los capitalistas, a los especuladores, a los ahorradores, a los trabajadores y a los consumidores que tratan de volver a coordinarse en ese grandioso esquema que se llama división del trabajo y del conocimiento para volver a generar riqueza. Sin duda, no habrá que buscar esperanza en políticos, grupos de presión, sindicatos o patronales que sólo pretenden sobrevivir a costa de la capacidad y de los esfuerzos de los demás.

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