jueves, junio 18, 2009

Un claro texto de José Ignacio García Hamilton

Los judíos: “elegidos de Dios” pero sujetos a la ley

El pueblo judío estableció un sistema "teocrático", en el sentido de que pretendía vivir bajo el dominio de una autoridad divina, representada por un Dios único e invisible. Sus gobernantes se consideraban los agentes de Dios, pero no tenían un poder absoluto o arbitrario, sino que estaban limitados por la Ley del Señor, representada en la Torá, o Biblia, cuyas disposiciones regían tanto para gobernantes como para gobernados. Las Sagradas Escrituras exhortan a las autoridades a ser justas, y muchas veces les recuerdan sus deberes morales frente a los súbditos, bajo pena de que la ira de Dios recaiga sobre toda la comunidad.
La tradición hebrea muestra que dicha sociedad cultivó y fomentó la lectura y escritura para que la población pudiera aprender por sí misma la "palabra de Dios".
Los profetas, en ese ambiente, actuaban como las voces autorizadas de la conciencia pública, que recordaban la Ley Moral a los gobernantes injustos o carentes de sabiduría.
Los judíos fueron uno de los primeros pueblos del mundo que practicaron la limitación del poder mediante leyes escritas y la vigencia de sus valores y normas los convirtió en una nación industriosa y productiva.
Según la Biblia, Jehová indicó a Samuel que previniera al pueblo judío que, si elegía a un rey, éste iba a abusar de ellos y a esquilmarlos. El texto religioso también afirma que el suegro de Moisés le sugirió que no asumiera todas las tareas de juez y gobernante, sino que enseñara al pueblo las ordenanzas y leyes y dividiera su poder entre muchos jefes Inferiores, para que entendieran en los pequeños asuntos. Moisés aceptó el criterio y designó a estos jefes para que gobernaran sobre grupos incluso de diez personas.
La Biblia enseña también que Dios, al expulsar a Adán y Eva del Paraíso, les indicó que en adelante ganarían su pan con el sudor de su frente, es decir trabajando, y acaso por ello se estableció una clara defensa de la propiedad privada. El Génesis cuenta que Abraham compró la' cueva de Macpelá y las tierras adyacentes y, entre los mandamientos que Moisés recogió del Señor para transmitírselos a su pueblo, se esta¬blecen reglas de respeto a los bienes del prójimo como no hurtar y no codiciar los bienes ajenos. Al producirse una rebelión en el desierto, el propio Moisés se defiende de las acusaciones manifestando que "nunca, les he quitado ningún asno". Cuando llegan a la Tierra Prometida, Samuel sostiene lo mismo: "¿De quién he tomado yo un buey o un asno?
La cultura hebrea consideró que la riqueza adquirida honradamente era una bendición y, paralelamente, desarrolló un sistema de soli¬daridad o bienestar colectivo basado en el aporte de un diezmo "para el extranjero, el huérfano y la viuda". La Biblia exhorta a la caridad a favor de los pobres y hasta de los animales, pero no ensalza la pobreza (como lo vino a hacer posteriormente el Evangelio cristiano) y, por el contrario, las enseñanzas rabínicas prohibían al pueblo desprenderse de los bie¬nes o realizar caridad en exceso, para no convertirse en una carga para la comunidad. La Torá solamente condena a los ricos cuando se compor¬tan en forma impiadosa..
Tanto en el Deuteronomio como en el libro de Josué se afirma que el Señor manifestó que, si el pueblo de Israel cumplía los mandamientos de la Ley, obtendría prosperidad y sería exaltado por encima de las otras naciones.
El Libro de los Jueces es un ensayo sobre desarrollo constitucional y la creación de una monarquía limitada. En tiempos del Rey David (alrede¬dor del año 1000 antes de Cristo) la sociedad no podía ejercer autoridad ilimitada sobre el individuo. Había pecados contra Dios y contra los hom¬bres; esos pecados eran también delitos; pero no existían los pecados o delitos contra el Estado, como los entendieron los griegos y los romanos.
Durante el reinado de Salomón hubo centralismo, absolutismo, or¬todoxia religiosa y exacciones a la población, pero finalmente predomi¬nó, en la historia del pueblo judío, un equilibrio entre lo religioso o mo¬ral y lo político.
La enseñanza de las primeras letras, la defensa de la propiedad privada, la descentralización del poder y la sujeción a las normas, es decir el respeto a las reglas de juego, acompañó el crecimiento del pueblo de Israel.
Después de su expulsión de Palestina por parte de los romanos y, privados de su propio territorio, los hebreos practicaron y sostuvieron estas tradiciones morales y jurídicas a través de casi veinte siglos de destierro y persecuciones por todo el orbe, lo que les permitió mantener su vitalidad y homogeneidad.
Durante la diáspora, lógicamente, predominó la autoridad religio¬sa. Pero es interesante destacar que, en este destierro de casi veinte si¬glos, el pueblo hebreo no intentó hacer proselitismo confesional ni su preocupación principal estuvo en los problemas o misterios de la fe, sino en las conductas o normas que constituyen a los auténticos y buenos judíos. Los principales libros elaborados durante ese tiempo, como el Talmud, se refieren a cómo debe actuar alguien para ser judío, es decir
que se trata sobre reglas y limitaciones al accionar de los individuos y de
la colectividad.
Tras las expulsiones de los años 70 y 135 después de Cristo, los judíos
dejaron la historia y las disciplinas especulativas (la elaboración de sal¬mos, la poesía, la alegoría o los escritos apocalípticos) y se dedicaron a una forma solitaria de labor cultural: el comentario de la ley religiosa.
Los precedentes siete siglos de rigorismo, más la tragedia de la diaspora, ha puntualizado Paul Johnson, llevaron a los hebreos a la elaboración, el cultivo y el ejercicio de una ley colectiva de extraordina¬ria coherencia, rigor lógico y fuerza moral. Habiendo perdido el territo¬rio de Israel, convirtieron a la Biblia en su espacio espiritual, donde podían vivir seguros y confortados. El libro histórico y religioso se con¬virtió en una ley universal, atemporal y aplicable todos los aspectos de la existencia.
Es posible que durante esos veinte siglos de destierro, en los que muchas veces debían invertir sus ganancias en bienes improductivos como el oro para facilitar sus súbitos traslados forzosos, su situación de discriminados no les haya permitido crear asociaciones de intereses pro¬fesionales que hubieran afectado su productividad, como pasó en mu¬chas comunidades estables. En 1948, luego de la horrorosa experiencia de la Shoa, los judíos recuperaron un territorio que convirtieron en Esta¬do democrático, sujeto a una Constitución.
El dominio político de los romanos y la expulsión del territorio palestino, paradójicamente, contribuyeron a que en la sociedad judía no predominaran los rasgos teocráticos de la identificación entre el poder político, económico y religioso, que es uno de los elementos pro¬pios de la cultura patrimonialista, que ha dificultado el desarrollo de las comunidades.
El concepto de "pueblo elegido", debido al cultivo de valores democráticos y de respeto al individuo, no derivó en la nación judía hacia la práctica de sistemas autoritarios.
En el siglo XX, sin embargo, la idea de una supuesta "raza elegida” llevó al nacionalismo alemán al horror del Holocausto contra los propios judíos y otras minorías.
Y la presunta existencia de una "clase social elegida", el proletariado, iba a conducir en Rusia a la dictadura stalinista.

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