lunes, abril 13, 2009

Un buen artículo, para vacunarnos ante tantas escenas de estatismo explícito

La compulsión intervencionista

Por Alberto Medina Méndez

La criticada era consumista tiene su equivalente contemporáneo en esta compulsión de pedirle al Estado que intervenga SIEMPRE.

No aceptamos la naturalidad de ciertos procesos. Lo vivimos en la vida ciudadana pero solo como un espejo de aquello que presenciamos en otros escenarios de la vida personal. Un médico diría esta enfermedad se cura con medicación en siete días y sin medicación…………en idéntico plazo.


Muchas enfermedades requieren acompañamiento y no tratamiento. Sostener al paciente, quitarle las molestias de los síntomas, suprimirle los malestares evitables, para superar de la mejor manera posible, ese síndrome que irremediablemente desaparecerá.

Sin embargo, hay gente que va al médico y quiere un medicamento que lo cure. Si no lo medica, cree que incluso que no ha hecho lo suficiente por su paciente. Su sabiduría y su ciencia, van de la mano, según esa creencia, de la medicina que sea capaz de recetar.

Esa compulsión por la medicación de esta sociedad que cree en pociones mágicas, es la misma que reclama a los gobiernos ACCION. No importa cual ni como. Solo pretende acción, a cualquier costo. Piensan que quedarse de brazos cruzados no puede ser mejor que hacer cualquier cosa.

Compulsión. Eso siente el mundo actual, una irrefrenable sed por controlarlo todo. Cree que solo si tiene el 100 % de las riendas, puede estar sereno. La seguridad se convierte en una obsesión, adquiriendo tal tamaño, que sin certezas no parece posible progresar.

La historia del mundo es la historia de la incertidumbre, de lo impredecible, del descubrimiento y la invención. Tanto apego al obsesivo control no encuentra otra explicación que la falta de seguridad en nosotros mismos. El pánico a lo desconocido nos domina, generando una angustia desproporcionada.

La tutela de la utopía estatal, el pedido de auxilio frente a la indefensión que se deriva de la incertidumbre de los desafíos del mundo global, ha hecho que muchos seres humanos busquen seguridad allí donde no la hay.

El Estado planificador, ese que todo lo sabe, que puede prever lo peor, y evitarlo, no existe. Se trata solo de una construcción irreal que no tiene demostración empírica alguna. Solo simula un acto de fe religiosa sin paralelo en el mundo real.

La inacción gubernamental no parece ser admitida como posibilidad. La sociedad se ha dejado influir por las corrientes intervencionistas. Hay que reconocerlo, Keynes y sus endebles argumentaciones teóricas y un conjunto de intelectuales influidos por el poder mágico de esas ideas sin soporte alguno, ganaron esta batalla ideológica.

Se apropiaron de los ámbitos académicos, del lenguaje popular y las creencias menos demostradas, se convirtieron, sin más, en verdades casi irrefutables. Como esa que dice que el Estado debe intervenir la economía para garantizar crecimiento y desarrollo.

Las evidencias dicen todo lo contrario. El Estado contemporáneo, inclusive los más modernos Gobiernos, controlan casi todo el mundo económico. Deciden en el mundo financiero. Lo hacen emitiendo moneda, controlando tasas, regulando toda la actividad por medio de profundas y minuciosas legislaciones. Casi nada queda fuera de su alcance. Esas propias regulaciones van creando nichos despiadados de corrupción y aprendizaje para el uso de la trampa como medio de vida. Ya no se trata de ser el mejor, sino solo el más pícaro para esquivar las reglas que inmoralmente se interponen.

Esos mismos gobiernos aumentan sus funciones, se endeudan, incrementan el gasto público y luego financian sus fiestas en el ámbito de los impuestos, determinando que parte de los ingresos de un ciudadano pueden dejar en manos de aquellos que generaron riquezas. Todo esto para que esos dineros, fluyan hacia las “justas” e “inmaculadas” manos de los funcionarios estatales que iluminados por la alguna luz celestial, sabrán “exactamente” donde colocar esos recursos para lograr el soñado “bien común”

El mismo Estado ejemplar establecerá que bienes exportar y con que margen de rentabilidad. También decidirá cuales productos son necesarios importar para proteger a la “industria nacional” perjudicando en su camino previamente a los contribuyentes locales a los que se les obligará a pagar el peaje con mayores costos y resignando poder adquisitivo en favor de la “eficiente” industria local que se ve atacada por la desleal competencia del invasor extranjero. Lo hará gracias a la inteligente política arancelaria.

Todas estas teorías, y tantas otras más, se han instalado en la sociedad como verdades irreversibles e indiscutibles. Así las cosas, la comunidad toda, incluyendo ahora a la de los países que en otros tiempos razonaban de diferente modo, reclama un Estado presente, que NOS SALVE de esta crisis………….que el mismo Estado generó

El Estado muestra como atributo adicional su gran capacidad para usar su poder discrecional y arbitrario habilitando a los corruptos de uno y otro lado, a los que compran voluntades y a los que siempre están dispuestos a vender lo que sea.

Nos quieren convencer de que las cosas no salen bien y las crisis persisten, solo porque no logran acertar con los “ingredientes” adecuados en las cantidades exactas. Así justifican que seguirán probando hasta el infinito, porque solo restan detalles menores.

Las sociedades de hoy, no admiten que sus gobiernos no hagan nada. Algo deben hacer y esta claro que de ese lado, el de los políticos y las corporaciones influyentes del poder, les viene extraordinariamente bien, esa manera de pensar las cosas. Les permite llevarse los laureles de las eventuales crisis superadas y al mismo tiempo manipular los recursos económicos violentamente detraídos de los contribuyentes, para sus propios fines.

Lo cierto es que esta forma de razonar hoy se ha apoderado de la conciencia general de la sociedad. El Estado debe ser actor principal. Vivimos en tiempos de gobiernos omnipresentes y de sociedades que reclaman esa participación como UNICA forma.

El Estado nació para resolver solo aquello que los hombres en forma individual no podían solucionar. Las relaciones internacionales, la seguridad y la justicia. El resto, solo ha sido la deformación más acabada del concepto original, patrocinado por ideologías que promueven un Estado protagonista.

Es difícil entender como razonan aquellos que creen que el Estado tiene todas las soluciones. Cual sería el límite de la libertad para ellos ?. Si tuvieran razón, el Estado podría decirnos que deberíamos estudiar, en que trabajar, como criar a nuestros hijos y hasta como resolver nuestros problemas personales, sentimentales y familiares. Si el Estado es la solución, pues que cabe a los individuos ?.

Estamos transitando un camino peligroso, plagado de una gran falsedad ideológica. Los individuos queremos gobernar nuestras vidas en lo personal, no queremos perder libertades personales, pero parecemos estar dispuestos a que los demás cedan la suya.

La argumentación de estos tiempos, a favor de las bondades del Estado, habilita prácticamente cualquier cosa. La humanidad valida casi todo y eso debería preocuparnos. El Estado y sus intelectuales, siempre al acecho de algún cargo público que los ubique del lado de los saqueadores y manipuladores de vidas ajenas, ha avanzado para apropiarse del producido de nuestro esfuerzo. No todo lo que generamos nos pertenece. Trabajamos para ellos buena parte del día.

Ya se apropiaron de nuestro esfuerzo, pero siguen avanzando y pretenden quedarse con nuestra libertad y de la mano de ella, con nuestras vidas. Utilizarán el mismo razonamiento que hasta ahora. El Estado debe intervenir, según esa visión, para asegurar el “bien común”. Están en eso, y nosotros, los individuos, aceptando todos los días, con acciones y omisiones, que esa manera de reflexionar es la correcta.

Cuidado. Siguen avanzando. Por ahora se han quedado con buena parte de nuestros recursos. También con mucho de nuestro futuro y el de nuestros hijos. Ahora vienen por nuestras libertades. Salvo que estemos dispuestos a empezar a cuestionarnos algunas falsas verdades con las que convivimos a diario y desafiemos a esta moderna “compulsión intervencionista”.

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