jueves, febrero 19, 2009

Mussolini: retrato del Dictador Perfecto

Mussolini, más que Hitler o Stalin es el modelo de referencia conciente o inconciente que los aprendices de dictador siguen al pie de la letra. Hitler, es sabido, rondaba los vericuetos de la locura y Stalin era una fría y letal máquina asesina, sin calor popular ni carisma.
Mussolini, en cambio…
Vivía la política como un permanente espectáculo, del cual el “popolo” era espectador entusiasta. Se divertía enormemente con esa representación. Amaba su papel. Sus principales rasgos políticos y de carácter podrían sintetizarse en:

-Un pensamiento dialéctico, cambiante, contradictorio, lanzado a probar al mismo tiempo la verdad de doctrinas diversas: era, al mismo tiempo…
- Pacifista y belicista, en la Primera Guerra
- Socialista y derechista
- Nacionalista o internacionalista
- Anticlerical y católico convencido
- Antialeman y proaleman
- Pactaba con Hitler, pero avisaba a los belgas que serían invadidos
- Pactaba con Hitler, pero reforzaba su frontera con Austria por temor al ataque germánico
- Racista y antirracista

- Un Ego absolutamente totalizador que centralizaba todas las decisiones: llegó a ser titular de seis ministerios; quiso dirigir las acciones militares siendo un ignorante de temas bélicos; nombraba ministros casi débiles mentales, a fin de destacar como el Único inteligente; no consultaba las decisiones, no tenía siquiera una “mesa chica” donde intercambiar información y discutir política

- Como viejo periodista, para él la política sin los medios no existía: solo los medios justifican las decisiones políticas, se hace política para generar los titulares de la prensa del otro día. Le importaba más la difusión periodística de sus órdenes que la efectividad de las mismas, el anuncio, más que el control; la propuesta más que el balance; el futuro, más que el presente.


- Una cobardía a toda prueba: jamás reconocía sus culpas. Todos sus erróneos cálculos eran atribuidos a errores de sus subordinados. Siempre describía como victoria, lo que era una derrota inapelable. Ejercía la mentira y el doble o triple discurso como una segunda naturaleza, lo cual lo transformaba en un actor permanentemente cambiando papeles. La tensión mental que esto implicaba no tenía jamás un momento de relajación, nunca confesaba sus miedos y dudas, daba la apariencia de la absoluta firmeza, de tener convicciones seguras y determinación. Odiaba las malas noticias, no las creía hasta que eran ya inocultables. Entonces descargaba su cólera sobre sus subordinados. Humillaba en público a sus generales y ministros. En sus entrevistas con Hitler no utilizaba intérprete y con su pobre alemán apenas comprendía, entonces, las complejas propuestas del Fuhrer.

- Creía la información mentirosa que el mismo construía: que tenía un ejercito de diez millones, cuando apenas superaba el millón, que tenía la fuerza aérea más poderosa del Mediterráneo, cuando apenas podía despegar de sus bases; que Italia era autárquica, cuando dependía del carbón alemán; que ganaría la guerra a Albania en un par de días, cuando estuvo meses allí; que podía tomar El Cairo en pocas semanas, etc.

- Era cruel, aunque no en el nivel de Stalin o Hitler. Pero no dudaba en tirar gas mostaza a los árabes en Libia o a los etíopes; mandaba a sus “squadristi” a golpear, torturar y a veces a asesinar a los opositores, decía que Italia necesitaba una guerra con varios miles de muertos, para acostumbrar al pueblo italiano a sufrir y endurecerlo.

- Era de un machismo patológico: odiaba que las mujeres estudien. Solo las imaginaba en el hogar, pariendo hijos: una decena para él era lo mínimo, para fortalecer la “raza italiana” y generar millones de futuros soldados.

- Desprecio al pueblo italiano: proyecto de crear una “nueva raza” dura, guerrera, valiente y dejar atrás al italiano “blando”, alegre, despreocupado, superficial, inmaduro, desprovisto de carácter, poco heroico, exageradamente sentimental y artista, de demasiado buen talante y trivial (todas palabras utilizadas por Mussolini refiriéndose al pueblo italiano)

Semejante conjunto de errores, sostenidos sobre la mentira permanente, la ocultación y la exageración explotaron, todos juntos, cuando Italia entró en guerra. En pocos meses las derrotas se hicieron inocultables y el país empezó a vivir la decadencia final del Duce, con su propio yerno alentando golpes de estado. Como en una serie de explosiones encadenadas, todas las mentiras del Régimen fueron destruyéndose una a una. El momento de la verdad llegó inexorablemente. El Globo se le escapó de las manos, como en la película de Chaplin.

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