miércoles, febrero 04, 2009

Estudiar el nacimiento de los totalitarismos: remedio para impotentes

Es cierto que la lectura de la historia ayuda a comprender el presente. Es que ciertas invariancias se repiten, solo con cambios cosméticos, y conviene, por lo tanto, saber en que desembocaron, como terminaron ciertos procesos. No para “anticipar” el futuro sino para crear escenarios alternativos y otorgarles cierta probabilidad estimada.
Por ejemplo: la emergencia de nuevos líderes políticos - los futuros dictadores- viene normalmente acompañada por la aquiescencia, la inactividad, la prescindencia de los viejos políticos del sistema, los conservadores, aquellos que en poco tiempo serán las primeras víctimas del nuevo líder. “Es un loco lindo, pero perfectamente manejable por nosotros, los expertos” se dijo de Mussolini, de Hitler, de Stalin, de Perón, de Chávez.” Mussolini es ahora nuestro prisionero” dijo el liberal Benedeto Croce, luego de votar por el inminente Duce…
Entones, la invariancia es: los liderazgos emergentes toman por sorpresa a la clase política tradicional, la cual nunca se imagina la audacia, el pragmatismo y la amoralidad del nuevo competidor, y se despreocupa, creyendo que es un fenómeno momentáneo o fácilmente manipulable.
Otra invariancia es la rapidez y la audacia para tomar decisiones originales por parte del nuevo Líder. La marcha sobre Roma, la anulación de la oposición y el asesinato de Matteoti sucedieron en dos años. La construcción del peronismo sucedió en dos años, desde el golpe de 1943 a la apoteosis del 17 de octubre del 45. La “coordinación” nazi- la nazificación de todas las instituciones alemanas - sucedió en un año. Stalin se movió rapidamente para desalojar a sus competidores pese a la orden de Lenin de no permitir que lo suceda el primitivo y violento georgiano.
Las instituciones son lentas: los parlamentos, los partidos donde rige cierta tradición democrática son de largos cabildeos, de extensas negociaciones, de finales abiertos. Eso exaspera a los líderes emergentes, los cuales tratarán de anular las viejas instituciones y crear nuevas: milicias propias (los squadristi fascistas, las SA alemanas, la Alianza Libertadora Nacionalista de Perón), nuevas Constituciones, uso y abuso del Referéndum popular.
Los líderes emergentes tratarán de administrar dosis cada vez más altas de violencia: como amenaza, para amedrentar, como castigo a los opositores, pero también para imponerse en su propio y usualmente tumultuoso movimiento, a posibles competidores (Rohm asesinado por Hitler, Cipriano Reyes, preso diez años por Perón, Cienfuegos y Mattos, muertos o presos en la Cuba castrista, o Stalin, que en 1937 y 38 hizo fusilar a toda la vieja guardia leninista)
Nadie imagina esa audacia, esa rapidez, esa violencia. Cuando llega, todos callan, esperando no ser la próxima víctima. Mientras tanto el Caudillo se hace dueño del Escenario Público. La teatralización de los actos de masas se transforma en la más bella de las artes de su política, prácticamente en la única o principal herramienta de fanatización de las masas. La puesta en escena hitlerista, los mitines fascistas, los 17 de octubre peronistas, las multitudinarias marchas en la Plaza de la Revolución de La Habana o en la Plaza Roja de Moscú, cumplen ese objetivo estratégico: no son los contenidos los que importan sino la forma Pueblo-Lider que adquieren esas liturgias.

Para los “pichones” de dictador, aquellos que aun deben lidiar con instituciones penosamente democráticas, deliberativas, esos espectáculos los seducen y los hacen soñar. Los Evo, los Correa, los Ortega añoran la fuerza de esos modelos y desean terminar de algún modo con ese 40% de opositores que se empeñan en no votarles los referéndums, o en votarles diputados adversos.
Entonces remedan patéticamente a sus modelos, hacen como si todos los opositores fueran agentes del enemigo, pagados por poderes ocultos y se ponen extraordinariamente nerviosos. Desearían tener la libertad de movimientos de un Hitler o un Stalin, pero tienen que vérselas con periodistas preguntones , opositores, jueces o militares apegados a la Ley. No saben lidiar con el disenso.

Ahora bien. La clave para entender el totalitarismo no reside en la psicología de sus lideres, las complejas motivaciones infantiles de Hitler o Mussolini. La clave reside en entender como una sociedad política democrática y civilizada va cediendo al empuje del hiperactivo líder, va concediendo, retrocediendo, va justificando, permitiendo, consintiendo, explicando la violación de la Constitución y las leyes por parte de los lideres emergentes. La clave es entender cómo sectores del pueblo, antes con ilusiones democráticas y libertarias, van cediendo, van convenciéndose de la necesidad de un gobierno de fuerza, con un poder casi ilimitado para cumplir borrosos objetivos que tienen que ver con la “grandeza de la nación”, “ la pureza racial” o la “felicidad del pueblo”.
Es apasionante- y esclarecedor- observar como sociedades enteras van cayendo en la más absoluta pasividad frente al abuso, la violencia, la discriminación, el racismo o la liquidación de los derechos fundamentales. Es patético analizar los justificativos que jueces, legisladores, pensadores, periodistas buscan para explicar lo inexplicable.
¿Es solo temor? ¿O algo más siniestro y oculto?¿No será que las prácticas totalitarias de los líderes de masa conectan con pulsiones muy profundas, con instintos, pasiones, deseos, necesidades apenas reconocidas, apenas hechas conciencia? ¿Qué elementos de nuestra animalidad, de nuestra irracionalidad, de nuestra infancia como humanos despiertan estos taumaturgos? ¿Como es que las multitudes se dejan manipular como niños tras unas pocas consignas repetidas sin cesar?
Preguntas que es necesario contestar, a menos que queramos ser impotentes testigos de un nuevo totalitarismo en ciernes: la combinación letal de populismo, nacionalismo, antisemitismo, teocracia islámica, izquierdismo infantil, antioccidentalismo, antidemocratismo, indigenismo, orientalismo, ecologismo y esoterismo.

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