martes, febrero 17, 2009

Delirios

La dictadura personal absoluta genera y nace de los delirios personales del autócrata. Como en un circuito de retroalimentación, el Conductor necesita victorias, para confirmar su infinita sabiduría, para lo cual necesita crear enemigos, no siempre disponibles. Para crear enemigos necesita fundamentar teorías conspirativas. Teorías que se alimentan de aspectos mitificados como “decadencia de tal o cual raza”, “incapacidad sexual de los ingleses” (Mussolini dixit), “conspiraciones judeomasónicas”, o mandatos que vienen del fondo de la historia , como “volver al Imperio Romano” , o “ refundar la raza aria”. O “cumplir el sueño de Bolívar”.
Lo más interesante de estos delirios es que ofrecen pistas evidentes de que un líder está en camino de autocracia. Por ejemplo, Mussolini hasta mediados de los años veinte no se perdía en ensoñaciones extrañas, aunque mostraba abruptos cambios de idea, saltando en una misma mañana del socialismo más extremo, a la defensa apasionada del capitalismo.
El problema- la señal de que la locura del poder ya ha hecho efecto – es cuando aun en la intimidad no cesa el tono declamatorio, la mirada extraviada, el gesto altisonante. Es así como muchos testigos describen al Mussolini ensoberbecido por su victoria en Etiopía: como un “Duce invencible”, que se comparaba en privado con Garibaldi. “un Mussolini dominado por su propio mito, obsesionado por él “(Marck Smith , Mussolini). Sigue el texto:
“Bastiniani lo describía ahora como si estuviera tratando de ocultar una personalidad tímida al tratar concientemente de hacerse temer, como resultado de lo cual ya no le era posible hablar libremente a quienes estaban a su alrededor. Era como si un muro lo separara de los demás, y el que se acercaba demasiado era humillado o castigado. Al estar rodeado de personas insignificantes, ya no veía la política como el arte de encontrar una conciliación o de ajustar diferencias, sino que le complacía golpear, impedir que los demás tomaran cualquier iniciativa, actuar como si pudiera “tomar por asalto el mundo” por sí solo. Cualquier ministro que se atreviera a sugerir que Gran Bretaña era todavía una potencia que se debía tomar en cuenta, podría recibir la airada indicación que mantuviera la boca cerrada. Los demás fascistas, dijo Bastiniani, se abstenían de intentar dirigirse a él honrada y abiertamente, ya que tenía una tan imperativa necesidad de creer que siempre estaba en lo correcto” . ¿De quien esta hablando, solo de Mussolini? ¿No parece estar describiendo con exactitud los comportamientos de Hugo Chávez o los de nuestro fracasado aspirante a dictadorzuelo, residente en Olivos?
La necesidad de creerse un semidiós, de despreciar a sus ministros o a los cuadros partidarios, de creerse siempre con la razón marca el camino del desastre final: no son capaces de observar la realidad, y actuar, sino que se inventan una realidad y así actúan, confirmando el dibujo previo. Cuando Chávez festeja su victoria como si hubiera aplastado a la” oposición oligárquica”, como si 46% de votos al NO, no fuera nada- solo una brizna de polvo que no alterará el destino de grandeza que quiere compartir con Bolívar - está anticipando su derrota final; cuando Kirchner se confunde y quiere al “campo de rodillas”, a la “puta oligarquía derrotada”, se equivoca y está anticipando su derrota final.
En general, entonces, estos dictadores anticipan con su distanciamiento de la realidad y su reemplazo por delirios, su decadencia. El problema es que a veces esa decadencia se eterniza, como en el caso de Fidel, se hace secular. La decadencia no es sinónimo de caída, de derrota: es solo la señal de que ésta puede venir. Pero hay que darle un empujoncito. Solo un pueblo temeroso de los delirios de su Conductor, solo funcionarios aterrorizados por una mirada del Líder, permiten que la decadencia se eternice, que esos países vivan en el limbo durante décadas.
En cambio, la entereza, la dignidad, impide que esos delirios duren demasiado tiempo.
Por lo tanto: no callar, denunciar, actuar, difundir, informar sobre los delirios de los gobernantes: ese es nuestro derecho a la rebelión.

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