lunes, diciembre 01, 2008

Crímenes y olvidos

Uno es antinazi desde la cuna. Uno nació en la década del 50 y supo desde siempre que Hitler instaló una fábrica de muerte en Auschwitz y otros infiernos, en los que murieron gaseados millones de personas. La única manera de ser “pro nazi”, por lo tanto, es negando ese infierno, negando el Holocausto. Solo así se puede sobrevivir políticamente. Por eso “vende” tanto el negacionismo. El problema es que se puede negar, quizás, la matanza de los cartagineses por los romanos o la de los indios en Perú, sucedidas hace cientos o miles de años, pero negar lo que acaba de suceder, en vida de los millones de testigos es una impostura propia de esta época.
Pero, qué fácil es olvidar los crímenes de Stalin!. A diferencia de los de Hitler, que saltaron a la luz inmediatamente, hizo falta un Congreso del Partido Comunista ruso, veinte años después y con un documento secreto, para revelar la terrible verdad, a medias conocida por miles de cuadros “honestos”, socialistas convencidos, comunistas sacrificados por causas justas. Fue tan doloroso comprobar que el Gran Líder de los Pueblos era tan criminal como Hitler! Años duró ese duelo en la izquierda. Algunos, aun hoy están digiriendo esa mala nueva, que ya tiene 50 años.

Uno es antinazi desde la cuna, pero uno NO es anticomunista desde la cuna. “Anticomunista” suena horrible, suena a conspiraciones de la CIA para derrocar a líderes populares, suena a millonarios planeando crímenes, asesinando Presidentes…El gran triunfo de la izquierda es justamente lo “antinatural” que suena la palabra “anticomunista” y lo natural que suena “antinazi”. A ver, repitan:

- Soy anticomunista! (como suena?)

- Soy antinazi ! (vieron que suena mejor?)

Malas noticias:

Es posible que jamás se escriba una historia completa de las purgas de 1937 y 1938. No obstante, si deseamos comprender un fenómeno que sobrepasa los límites de la imaginación, debemos tomar en consideración diferentes datos. Hay que empezar con las estimaciones de las diferentes agencias, difíciles de interpretar en ocasiones porque se basan en varias fuentes, cálculos, cifras y fechas, si bien permiten llegar a una aproximación razonable. Para la etapa central de las purgas, los años 1937 y 1938, existe un texto escrito por una comisión ad hoc creada por el Comité Central del Presidium en 1963, y presidida por 1. M. Shvernik.
Según algunas fuentes, en los años 1937 y 1938,1.372.392 personas fueron detenidas, y 681.692 de ellas, fusiladas. Las cifras que dio Jrushchov en el pleno del Comité Central de 1957 son algo distintas más de 1.500.000 de arrestos y 680.692 fusilamientos (las diferencias proceden de los criterios empleados por los funcionarios de el KGB ). Según las fuentes para el período comprendido entre 1930 y 1953, 1as detenciones totalizaron 3.778.000 personas, 786.000 de las cuales fueron ejecutadas.
Otros números se ocupan exclusivamente de la categoría de «represión administrativa», es decir, la que corrió a cargo de cuerpos no judiciales: el «consejo especial» del NKVD en Moscú y sus equivalentes en los escalafones más bajos de la administración y las «troikas» anteriormente mencionadas, responsables de la mayoría de los crímenes de 1937 y 1938. Estos grupos tenían prácticamente carta blanca y, como ya hemos visto, presionaban al Kremlin para que aumentara los cupos. El consejo especial del NKVD, creado el 10 de julio de 1934, fue un órgano excepcionalmente eficaz: condenó a 78.989 personas en 1934, a 267.076 en 1935, a 274.607 en 1936, a 790.665 en 1937 y a 554.258 en 1938. Pero si fueron capaces de llevar a cabo este «gran trabajo», ello se debió a que no atendían a lo que estipulaban los procedimientos. En la mayoría de los casos, el acusado ni siquiera estaba presente. Un caso podía quedar visto para sentencia en diez minutos, y la condena variaba, de cinco a veinticinco años en un campo o la ejecución sumaria. La acusación que pesaba contra la mayoría de las víctimas era la de «actividades contrarrevolucionarias», de ahí la rapidez de los juicios y la cantidad de ejecuciones.
Otra fuente son los datos que proceden de los propios investigadores del NKVD. El «histórico» decreto del Comité Central del 2 de julio de 1937, al que ya nos hemos referido, ordenaba al NKVD que acabara con cualquier «grupo enemigo». El texto, que fue enviado a las regiones administrativas para su cumplimiento, como había sucedido con las campañas de confiscación de cereales, establecía los cupos de los arrestos. Estos cupos se dividían en cuatro categorías de delitos, y también se mencionaban las condenas correspondientes. La categoría 1 incluía a 72.950 personas que debían ser arrestadas y ejecutadas (la cifra total debía repartirse entre las diferentes regiones). En la categoría 2 constaban 186.000 personas que debían ser deportadas a los campos. Con este fin, había que abrir nuevos campos en los bosques, aunque éstos también serían rápidamente insuficientes. Todo el procedimiento era ciertamente kafkiano: la cifra de enemigos quedaba estipulada por un cupo, pero estaba permitido superarlo. Bastaba con nombrar a los chivos expiatorios.
Las cifras de los arrestos anuales son las que siguen: el 1 de enero de 1937, 820.881 personas; el 1 de enero de 1938, 996.367; el 1 de enero de 1939, 1.317.195. Del total de detenidos, fueron a parar a los campos de trabajo 539.923 prisioneros en 1937 y 600.724 en 1938. Ese año, la cifra de deportados al gulag alcanzó su máximo. (Moshe Lewin. “El siglo soviético”,2005)

La maquinaria “central”, sin contar los grupo de tareas autónomos asesinó, en un solo año -1937- a 353.000 personas, un promedio de 1000 por día. Imaginemos esa carnicería.

En 1956, el Primer Mnistro Niñita Kruschev se animó a destapar ese horror aunque resuenan aun en su lenguaje “políticamente correcto” las rituales condenas a las “desviaciones de izquierda “ y “derecha”. Leer el documento completo aquí



Otras voces:

No es posible un estudio de los procesos de Moscú al margen del contexto de esta gigantesca depuración. Por su pasado de viejos bolcheviques y oposicionistas, los principales acusados están, de
hecho, condenados desde la apertura del primer proceso, y nada puede salvarlos.
A este respecto, nada es más significativo que la declaración hecha por Iuri Piatakov en el transcurso del proceso Zinoviev:

“Después del aire fresco y puro que respira nuestro magnífico y próspero país socialista, he aquí que, de repente, se ha extendido el desagradable hedor de este depósito de cadáveres políticos. Hombres
que, políticamente, están muertos desde hace tiempo, se descomponen y pudren, infectan el aire que los rodea. Pero, precisamente en el último estadio de descomposición, se han convertido no sólo en algo
pestilente, sino en un peligro desde el punto de vista social. Al perder todo honor, todo sentimiento humano, este grupo de asesinos, de asesinos sin honor y sin principios, ha atentado contra lo que nos es
más querido, contra la vida de nuestros jefes. El camarada Kirov, tan querido, el brillante tribuno, honesto entre los honestos, joven y ardiente, ha caído bajo las balas de estos malvados. La sangre se hiela
ante crímenes. Todo nuestro vasto y magnífico país, todo nuestro partido de vanguardia, el partido de Lenin–Stalin, sigue hacia delante y estrecha filas alrededor de sus queridos jefes, y en lugar en torno a
Stalin. Nuestro más ardiente amor rodea a nuestros jefes. Todos estamos orgullosos de que el país dictadura del proletariado, el país del socialismo, posea semejantes jefes. Los obreros de todo el mundo conocen y aman Stalin y están orgullosos de él. Bajo la dirección de nuestros jefes, el país va de victoria en victoria.”

Este entusiasta estalinista será el acusado número uno del segundo proceso: esta misma declaración ya constituía, en aquella época, un auténtico presagio. (Pierre Broue, “Los Procesos de Moscú”)


Así que aquí tenemos una maquinaria casi tan sanguinaria como la que montó Eichmann por orden del Fuhrer. Pero una maquinaria secreta, anónima, negada por las mentes más brillantes de Occidente, comenzando por Sartre. El mismísimo hombre de las remeras, el Doctor Ernesto Guevara Lynch de la Serna le rindió homenaje a Stalin en su tumba moscovita.

Es hora de no sonrojarse por recordar los que muchos prefieren olvidar.

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