miércoles, noviembre 05, 2008

Dos artículos de Montaner, sobre Obama

Por Carlos Alberto Montaner

Ted Sorensen, uno de los ideólogos del gobierno de John F. Kennedy, dijo que tal vez la elección de un presidente católico en 1960 era más difícil que la de un afroamericano en 2008. Puede ser. Hasta esa fecha todos los ocupantes de la Casa Blanca habían sido protestantes. Pero la sociedad americana, por su propia dinámica interna, cambió en la dirección en la que se ha movido incesantemente desde su fundación a fines del XVIII: la apertura y asimilación progresiva de todos los grupos étnicos, de todas las tendencias culturales y de las diversas minorías. Como parece que sucede en el Universo, Estados Unidos es una sociedad en perpetua y acelerada expansión.

Lo explicó muy bien el premio Nobel Douglass North en un ensayo reciente: Estados Unidos, sin proponérselo, inventó para el mundo lo que llama la ''sociedad de acceso abierto'' basada en la competencia y la subordinación a la ley. La combinación de esos dos elementos ha generado, por una punta, la renovación permanente de la élite dirigente en el terreno político, y, por la otra, el mayor desarrollo tecnológico y científico que ha conocido la especie. Este fenómeno, a su vez, ha producido una cantidad increíble de riquezas. Tras el ejemplo norteamericano hoy existen, al menos, dos docenas de países de ''acceso abierto''. Exactamente los más prósperos y estables del planeta.

Si esta perspectiva es correcta, el senador Obama no viene a traer el cambio: él es el producto de los cambios. En apenas medio siglo, los afroamericanos han pasado de luchar gallardamente por un puesto en la parte delantera del autobús a luchar por la conquista del despacho presidencial en la Casa Blanca. Pero este modo de entender a Estados Unidos también define el verdadero sentido de la presidencia norteamericana: la principal función del jefe del Estado no es guiar a los americanos en una dirección elegida por él o por los líderes de su partido, sino perfeccionar las instituciones y facilitar los mecanismos que hacen posible que las personas compitan en un clima justo para que el conjunto de la sociedad evolucione como consecuencia del resultado de las decisiones que libremente toman todos los días millones de personas. Eso es lo que ha hecho grande a Estados Unidos.

Esto se entiende mal en el exterior. Leo que los españoles votarían abrumadoramente por Obama si pudieran participar en las elecciones norteamericanas. Y esa misma fue la impresión que me llevé tras recorrer recientemente varios países latinoamericanos: prefieren a Obama. ¿Por qué? Por las malas razones: porque la imagen de Estados Unidos que prevalece en el mundo es muy negativa. Sin matizar, sin detenerse a comparar, ven al país como una potencia imperial manejada por las grandes corporaciones económicas, que atropella militarmente a los más débiles, consume una parte sustancial de las riquezas del planeta, ensucia la atmósfera y los océanos sin la menor conciencia, margina a los pobres dentro de sus fronteras --al extremo de negarles cuidados médicos--, y provoca graves turbulencias financieras internacionales con su irresponsabilidad en el manejo de sus gastos internos. O sea: exactamente la imagen que proyectan Michael Moore en sus sesgados documentales y una buena parte del establishment académico norteamericano en sus clases y publicaciones universitarias.

Para el mundo, esto es lo que Obama va a cambiar. Hay una relación directamente proporcional entre el grado internacional de obamismo y la mala percepción de Estados Unidos. Mientras peor es la imagen que se tiene del país, más confianza se posee en que el joven senador afroamericano eliminará esas conductas reprobables que le atribuyen a Estados Unidos. Cuando Obama dice que va a cambiar el país (aunque no haya definido qué va a cambiar y cómo), fuera de las fronteras americanas se le percibe como un revolucionario que, finalmente, terminará con los abusos de la CIA y el Fondo Monetario, retirará a las tropas acantonadas en el extranjero, someterá al orden a las multinacionales, cuidará del medio ambiente al costo que sea y gobernará para los pobres.

Entonces, ¿qué ocurrirá, realmente, si Obama llega a la Casa Blanca? Prácticamente nada de lo que sueñan los simpatizantes de Obama en el exterior. Como tampoco el católico Kennedy introdujo un cambio fundamental en la vida americana en los 1,000 días que gobernó al país. La inercia de la sociedad de acceso abierto se irá imponiendo. La competencia y el funcionamiento de las instituciones guiarán a la sociedad en la dirección que aleatoriamente vaya desplegándose. Contrario a la premisa retórica de Kennedy, lo importante, lo revolucionario, no es lo que Obama pueda hacer por su país, sino lo que su país ha podido hacer por Obama en un periodo relativamente breve. Eso es lo admirable
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Al próximo presidente norteamericano - probablemente el senador Obama, de acuerdo con todas las encuestas- le aguardan varias crisis internacionales peligrosísimas. La más evidente es la que se perfila en el mundillo islámico. La situación en Afganistán se deteriora rápidamente y ello exigirá el envío de más tropas. Pakistán, el aliado incierto, con una población y unos servicios de inteligencia más cercanos a Al Qaida que a Washington, padece una medular inestabilidad agravada por el hecho de que se trata de una minipotencia nuclear. El gobierno iraquí se distancia cada vez más de Estados Unidos y le exige que no utilice su territorio para atacar a Irán o a Siria. Los americanos ya no son los salvadores de la patria. Son una presencia incómoda escasamente querida.

Tras la retirada norteamericana de Irak, los países árabes aumentarán la presión sobre Israel y pondrán a prueba las reacciones del nuevo huésped de la Casa Blanca. Como me dijo, amargamente, un activista judeoamericano: ''En ninguna cancillería árabe pasó inadvertido el muy débil compromiso de Barack Obama con la defensa de Israel manifestado en el segundo debate con McCain; eso alentará en ellos una conducta más agresiva''. La regla es muy sencilla: mientras más vulnerable y distanciado de Estados Unidos perciban a Israel, los países árabes se tornan más temerarios. Justa o injustamente, los árabes ven al senador Obama como un potencial aliado de ellos y no de Israel. Eso es gravísimo.

Kim Jong-Il, el tiranuelo loco de Corea del Norte, aparentemente está muy enfermo y amenaza con borrar del mapa a Corea del Sur. Se sospecha que tiene armas nucleares listas para ser usadas. Es verdad que un enfrentamiento en esa región debería afectar más a rusos, chinos y japoneses, pero Estados Unidos está ahí, tiene bases militares, y Corea del Sur es hoy un factor económico, y tecnológico de primer rango al que hay que defender. La muerte de Kim Jong-Il (y la lucha por el poder que podría desatarse en la cúpula militar) multiplicará las tensiones en esa península y, si estalla la crisis definitiva, Estados Unidos será inevitablemente arrastrado al conflicto.

En Cuba, a pocos kilómetros de Florida, sucede algo parecido. Lo previsible es que los dos hermanos Castro salgan de la escena durante los próximos cuatro años sin haber podido organizar la transmisión pacífica y sosegada de la autoridad. El país se hunde en la miseria y la desmoralización. Como le dijo Carlos Lage a un amigo común a su paso reciente por Honduras, ''vivimos gracias a que Hugo Chávez nos da de comer''. Hace dos años y medio que Raúl asumió el poder y sus tímidas reformas no han mejorado la miserable calidad de vida de los cubanos, hoy agravadas por el devastador paso de dos temibles huracanes. El canciller Felipe Pérez Roque de una manera contraproducente acaba de proclamar su apoyo al senador Barack Obama y su rechazo a McCain (lo que inclinará más votos cubanoamericanos hacia los republicanos). En cualquier caso, cuando sobrevenga la crisis Washington tampoco podrá inhibirse. Por diversas razones, Cuba forma parte de la política interna norteamericana.

Simultáneamente, Moscú vuelve a asomarse al Caribe reeditando una nueva versión de la guerra fría. Su flota de guerra hace ejercicios militares junto a la venezolana mientras sus técnicos reconstruyen los sistemas antiaéreos cubanos. Hugo Chávez, aliado a los iraníes, construye apresuradamente las mayores fuerzas armadas de Sudamérica y continúa con sus planes de conquistar la región para el socialismo del siglo XXI, una ideología cuyo rasgo más notable y consistente es el antiamericanismo. Por ahora, además de Cuba, ha reclutado a Bolivia, Ecuador y Nicaragua para su cruzada. Pronto piensa incorporar a El Salvador y, más adelante, a Perú, donde se deteriora peligrosamente el prestigio del gobierno de Alan García.

El único aliado real que Estados Unidos tiene en la región es Colombia, pero de ganar los demócratas --como todo parece indicar que ocurrirá-- es muy posible que termine o disminuya sustancialmente el apoyo militar a Bogotá y el Congreso norteamericano rechace definitivamente el acuerdo de libre comercio con ese país. En esas condiciones, ¿para qué quiere nadie la voluble y poco fiable amistad de Washington?

Es muy curioso: la sociedad norteamericana, poco interesada en los asuntos internacionales, suele votar por razones domésticas, pero sus gobernantes, cuando llegan al poder, descubren que las cuestiones de política exterior acaban por dominar la agenda presidencial. Me temo que esta vez ocurrirá lo mismo.

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