viernes, octubre 17, 2008

La crisis socialista

Hay un pueblo al cual la actual crisis financiera le da risa. El pueblo cubano sufre desde hace décadas la "crisis socialista", menos espectacular pero mucho más letal que los temblores de wall street.

Del blog cubano "sinEVAsión"


A medida que han transcurrido los días desde el paso de los ciclones Gustav y Ike se han ido acentuando las carencias. La escasez de alimentos, que ha traído consigo la ausencia de los vegetales frescos y de las frutas en las mesas cubanas, comienza a marcar un compás ansioso entre la población que –lejos de atisbar alguna esperanza de remontar esta nueva crisis- asiste también a la virtual desaparición de otra de sus fuentes tradicionales de suministro: el mercado negro. Cierto que casi todo el mundo da por hecho que “cuando pase” la campaña de persecución desatada por las autoridades contra los mercaderes ilícitos que medran con las necesidades de la población, volverán a aparecer las oportunidades de adquirir leche en polvo, huevos, yogurt, queso, embutidos, y otros productos que se traficaban bajo el tapete, ahora deficitarios debido a la represión oficial; pero mientras tanto, algunos con más energía que otros, todos hemos debido apretar nuevamente el cinto.

Por otra parte, el establecimiento de una lista oficial de precios para productos del agro en los mercados de oferta-demanda, poco días después del paso de los dos ciclones, ha deprimido escandalosamente la oferta, aumentando así la demanda, lo que conducirá en breve a una sobreinflación, tanto en el mercado legal como en el mercado negro, tan pronto este salga de la coyuntura que ahora lo mantiene sumergido. La reciente arbitraria subida de precio del combustible también encarece directamente el transporte de los suministros desde las zonas rurales, lo que se añade artificialmente a los efectos naturales de los huracanes sobre la agricultura. Ni siquiera la torcida economía del socialismo de estado puede escapar de los mecanismos naturales de los engranajes del mercado. La “conciencia”, a la que se apela constantemente, no solo es un rubro deficitario, sino que, además, debido a su bajo valor calórico no goza de mucha demanda en la población.

Y en medio de la penuria que se extiende epidémicamente, reaparecen los personajes tipo de estas situaciones: los oportunistas, los intransigentes, los combativos, los ingenuos y los inconformes (los de antes y los nuevos, que ahora se suman porque sus cerebros están conectados al sistema gástrico). Sin embargo, el peor de los tipos, el que de verdad me colma la paciencia, es el de los alegres. Sí, porque aunque alguien lo dude, todavía quedan muchos cubanos que sufren el efecto “foca”, que con el agua al cuello y atrapados en un estanque fétido, todavía encuentran motivos para alegrarse y hasta aplaudir. Son los difusores natos de la filosofía de la miseria, los incurables huérfanos de perspectivas: En realidad no estamos tan mal, hay muchos que están peor. Filosofía que las autoridades conocen muy bien y se encargar de reforzar a través de los medios de difusión. Un tipo alegre nunca es un elemento peligroso.

El ejemplo más cercano que se me ocurre para ilustrar el efecto de esa filosofía es el de una conocida, cuyo nombre no mencionaré, quien en medio de una conversación telefónica me transmitió su realización personal del día: después de una buena caminata bajo el sol en medio del tórrido (e inhóspito) Alamar y tras una colita bastante dilatada había logrado comprar dos escuálidos macitos de cebollino. Estaba radiante y optimista. La cosa no estaba tan mala, había conseguido algo que echarle a la comida para darle sabor. Confieso que me deprimí, algo que no es propio de mi naturaleza. Pero es que no puedo comprender cómo una bonita muchacha de 30 años de edad puede considerarse exitosa a partir de la adquisición de un mazo o dos de cebollino. Lo más curioso es que esta persona tiene una entrada económica superior a la media de los cubanos, así pues, al menos en lo inmediato, está a salvo de las hambrunas y penurias que amenazan la vida de otros. Y no es que yo tenga algo contra los cebollinos o contra el derecho de los demás a disfrutar sus propias y particulares alegrías; simplemente constato en estos diminutos detalles de la cotidianidad hasta qué punto algunos individuos son manipulados, no ya solo por la represión y el miedo, sino por tener sembrada en la conciencia la inconsciencia de la propia miseria espiritual. Por mi parte, creo que nunca más podré mirar un mazo de cebollinos sin sentir una pena profunda y sincera por mi joven conocida.

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