viernes, noviembre 03, 2006

Kravchenko

- Quieren que racionalicemos y modernicemos y reduzcamos costos. Todo eso es magnífico, camarada Kravchenko, pero tan pronto hacemos algo atrevido o fuera de los ordinario, ponemos en riesgo nuestras propias vidas, ¿no es así? De allí que el procedimiento más seguro consista en no hacer nada”

Yo elegí la libertad, Victor Kravchenko, 1947(funcionario soviético exiliado en 1944)


La burocracia en funciones no es una abstracta categoría sociopolítica: es una dura y física realidad expresada con claridad por el funcionario entrevistado por Kravchenko: si sos original, creativo, distinto… te fusilan.

La idea es no hacer nada, mientras se pueda. Como analiza Kravchenko, brillantemente:

“Las razones principales de semejante estado de cosas se dividían a mi entender, en dos grupos.
El primero y mayor: las intromisiones de afuera.
La empresa, inmensa como era, encajaba en un plan total de tal magnitud que prácticamente salía de una mente humana.
Una pequeña variación en el plan central, aun cuando fuese justificada, importaba a menudo en sus segmentos distantes un trastorno mayúsculo. Los funcionarios que desde lejos las ordenaban no podían imaginarse los efectos descalabrantes que sus órdenes, dictadas sin prevención, surtirían en esta o aquella empresa. A los funcionarios locales no les quedaba otro camino que obedecer las órdenes y formular votos en favor de mejores resultados. Por otra parte, la intromisión de afuera reconocía asimismo una índole policial, que se traducía en interminables detenciones, interrogatorios y amenazas, todo lo cual generaba una atmósfera de temor e incertidumbre.
El segundo grupo de causas puede resumirse en un menosprecio del factor humano en el proceso de la producción. Mientras que se despilfarraban los rublos a millones, en maquinarias sin usar y en construcciones abandonadas, los salarios se mantenían lastimosamente bajos, teniendo en cuenta el elevado costo de vida. Las casas para los obreros solo existían en proyecto, de modo que los trabajadores de carne y hueso eran apiñados en barracas de madera, construidas con precipitación , con los techos acribillados de goteras, paredes y pisos húmedos y carentes de los mas elementales servicios higiénicos. La preocupación de las altas esferas se concentraba en la producción, sin dedicar la menor atención a los hombres que realizaban el trabajo.”


El “Stalinismo” es una cómoda expresión que parece eximir a Lenin y Trotsky de sus inmensas responsabilidades en la construcción de la burocracia socialista, desde la Checa hasta la represión de campesinos, pasando por el hambre y la liquidación de toda oposición, el asesinato infame de la familia del Zar y, en fin, la falta de todo trato humanitario. Rosa Luxemburgo debatió y cuestionó al leninismo. Pasó al olvido.
Lo que hace Stalin es transformar en una desmesura el proyecto originario de Lenin, sacarlo del mundo de lo real y enviarlo al cajón de las pesadillas hechas realidad.

Nos dice Kravchenko:

“Los primeros dividendos del colectivismo se tradujeron en muerte. Si bien ni apareció una palabra sobre la tragedia en los diarios, la hambruna enseñoreada del sur de Rusia y del centro de Asia era cosa sabida por todos, si bien denunciábamos como “rumores antisoviéticos” lo que sabíamos que eran verdades grandes como una casa.

Para asegurarse de que se levantarían las cosechas, para impedir que los desesperados agricultores de las granjas colectivas se comiesen las plantas nuevas, para salvar los koljhoses del quebrantamiento bajo una mala administración, para luchar contra los enemigos del colectivismo se establecieron en las aldeas departamentos politicos especiales, integrados por comunistas de confianza: militares, funcionarios, profesionales, hombres del NKVD y estudiantes. Un ejército de más de cien mil adictos fue desplegado a través de las regiones colectivizadas.

- No les hablaré de los muertos, pues tengo el convencimiento de que ustedes deben estar enterados. Peor están los semimuertos, los casi muertos. Hay centenares de personas en Petrovo que están hinchados de hambre. Ignoro cuantos mueren cada día. Muchos de ellos están en grado de tal debilidad que no pueden salir ya de sus casas. Una carreta circula periódicamente para recoger los cadáveres. Nos hemos comido todo lo que podía comerse: gatos, perros, ratas de campo, pájaros. Mañana, cuando haya luz podrán ver los árboles despojados de su corteza, porque también eso ha servido de comestible. Y asimismo el estiércol de caballos nos ha servido de alimento. Sí, estiércol de caballo. Hasta hemos luchado por estiércol, pues algunas veces hemos encontrado granos allí.”


Al fin el idealista comunista Kravchenko se encuentra cara a cara con la siniestra verdad:

“- Usted es un futuro ingeniero, según me dicen, y un buen hombre del Partido. No estoy seguro, sin embargo, de que comprenderá la situación. Está entablada una lucha sin cuartel entre los campesinos y nuestro régimen. Es una pugna de vida o muerte. Este año era una prueba de nuestra fuerza y de su resistencia. Fue menester una hambruna para que aprendieran a saber quién es el amo aquí. La prueba ha costado millones de vidas, mas el sistema de las granjas colectivas ha de ser permanente. Hemos ganado la guerra.

La burocracia soviética eliminó físicamente a una “clase”, mató por millones a los pequeños campesinos rusos. Jamás nadie pidió cuentas de ese genocidio. Ni Neruda, ni Sartre, ni Foucoult, ni Merleau-Ponty, ni ningun intelectual europeo. Es hora de leer a Kravchenko y de entender donde anida el mal y su ocultamiento.

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