domingo, mayo 08, 2005

Las historias nunca contadas de mi abuela Mañe

Mi abuela Mañe no me contaba historias. O, mejor, solo una recuerdo. Como si esa sola, única historia hiciera redundantes las demás. Esa sola vale por toda la novelística del siglo veinte, quizás.

Era ella, caminando con su madre, en alguna plaza, en algún espacio abierto de su ciudad rusa, o ucraniana. Es 1905, y hay Revolución en Rusia. Ella tiene trece años. Y hay Revolución en Rusia.
Y cuando en Rusia hay Revolución, hay pogroms en Rusia. Y cuando hay pogroms en Rusia no conviene ser mujer, judía, ser chica y caminar con Mamá en alguna plaza. Menos cuando habiendo Revolución en Rusia, y habiendo pogrom en Rusia, siendo mujer, judía, niña y débil, se topa una con un cosaco. Los cosacos, esos hombres de a caballo, valientes y aguerridos, de vistosos uniformes, azules y dorados, pelo atado en trenzas, gorros de pieles, oros colgándoles de pulseras y collares, con esos bigotazos y esos uniformes cruzados de medallas. No conviene encontrarse con uno de ellos, cuando hay pogrom.
Uno de ellos, especialmente valiente y aguerrido las vio. Judías. Dos. Madre e hija. Caballo, montura, espada curva y a correrlas a las muy judías y revolucionarias.
Cuando hay Revolución en Rusia y pogrom, y te corre un cosaco, conviene no morir si una quiere llegar a ser abuela y contarle historias a sus nietos. Conviene, aunque una vaya a contar solo ésta, solo ésta que vale la pena de ser contada. Todas las demás se derivan de esta, si consigo que este cosaco no me mate o a mi mamá, que es como igual. ¿Qué hace una niña judía en Rusia, huérfana y sola? Corramos Mamá.
Las dos corren , María y su mamá. Corren, reciben pechazos del caballo, la espada zigzaguea ante sus ojos, gritan, lloran y consiguen al fin entrar en un zaguán o un portal y, temblando, esperan a que el cosaco, valiente y aguerrido, vaya por otras niñas judías y sus madres.

Ya pasó todo. Ningún problema: solo la urgencia de escapar de Rusia, de respirar en un pais sin cosacos, sin pogromos, sin revoluciones a medias que terminan con cosacos persiguiendo a una niña y a su madre. De ahí su única exigencia y frase repetida por décadas por la descendencia: “Tengo dos pretendientes. Estan bien, me dan igual ambos. El primero que me saque de Rusia será el elegido. Cualquiera de ustedes. Lejos, lejos de aca, se entiende? Lejos de cosacos y pogromos.”
Esa orden fue el corolario de la historia del cosaco. Su lógica continuidad. Nada importa, cómo sea, con quién sea, yo quiero escapar de este suelo que me manda un cosaco con espada a matarme a mi y a mi madre. Fue Yashe el afortunado que se la llevó a Buenos Aires.
De aquel episodio le quedó una mirada torva que la acompañó toda su vida, como si siguiera esperando un golpe de espada de cualquier lado, en cualquier momento. De ahí, seguramente, le quedó esa dureza, esa sequedad que tuvo siempre.
Que lejano todo, ¿no?: mi abuela y mi bisabuela perseguidas por un cosaco en 1905. Si la espada valiente del cosaco hubiera cercenado esa cabeza, hoy yo solo sería parte de la oscuridad, este texto no sería escrito ni leído y mi abuela hubiera muerto niña, judía, en el pogrom de 1905.

Por eso, mi abuela no me contaba historias. Para qué, con esta fue suficiente.

1 comentario:

Elgar Utreras dijo...

He leído la historia que haz compartido, de verdad es una joya por su valor testimonial y humano.
Mi más afectuoso saludo y deseo de Shalom.
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